La Jornada - Editorial
Ayer el gobierno de Estados
Unidos volvió a cometer una majadería a su contraparte mexicana: cuando
el canciller Luis Videgaray se aprestaba a reunirse con los secretarios
de Estado y de Seguridad Nacional de ese país, Rex Tillerson y John
Kelly, el presidente Donald Trump afirmó, en un discurso ante jefes de
policía, que el muro en la frontera común
se está diseñando ahora mismoy, por si quedaran dudas, precisó que no se trataba de ninguna broma. Con ese anuncio unilateral, el nuevo huésped de la Casa Blanca redujo la sustancia de los encuentros entre el secretario de Relaciones de México y los funcionarios estadunidenses, que habrían versado precisamente sobre infraestructura fronteriza, migración y seguridad.
Se repiten, así, la grosería y la prepotencia con que Trump se condujo el pasado 25 de enero, cuando anunció la orden ejecutiva para comenzar la construcción de la valla fronteriza justo en momentos en que Videgaray, acompañado entonces por el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, establecía los primeros contactos con la nueva administración estadunidense. Al día siguiente, el magnate republicano habría de causar una humillación adicional a las autoridades mexicanas mediante un tuit en el que advertía que si México no estaba dispuesto a pagar por la construcción fronteriza sería mejor cancelar el encuentro que él y el presidente Enrique Peña Nieto tenían programado para el último día del mes. Ante semejante intento de extorsión, el segundo hubo de anunciar la suspensión de su visita a la capital del país vecino.
Lo ocurrido desde el 30 de agosto del año pasado, cuando el aún candidato presidencial Trump realizó una breve visita a nuestro país, hasta ayer, parece confirmar que el empeño de las autoridades nacionales por propiciar encuentros de alto nivel entre funcionarios de los dos países resulta contraproducente; que, lejos de apaciguar la fobia antimexicana y la insolencia que campean por la Casa Blanca, dan la impresión, allá, de una obsecuencia aprovechable y que, en lugar de abrir el cauce a un diálogo constructivo y respetuoso, propician nuevas andanadas de prepotencia y altanería.
Un defecto adicional en el manejo de la crisis bilateral por
la parte mexicana es el afán de poner en manos de la Secretaría de
Relaciones Exteriores la totalidad de los temas a tratar. En el caso
concreto de la seguridad, por ejemplo, no parece apropiado que Videgaray
se haga cargo de ellos, especialmente cuando se ha programado un
encuentro entre el secretario Kelly y el titular de la Secretaría de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, para tratar de esos asuntos.
Es necesario preguntarse si no es preferible dejar de lado la
insistente realización de encuentros estériles en los que la imagen de
nuestro país sale perdiendo y que parecen denotar cierta angustia, y
adoptar una actitud más fría, distante y serena. Posiblemente sea más
eficaz esperar a ver qué hace Trump con el cúmulo de problemas internos
que abruma desde el inicio a su presidencia y poner pausa a encuentros
que han sido, hasta ahora, perjudiciales y desventajosos. Con ello se
daría un mensaje de firmeza y de dignidad y se daría tiempo a que se
asienten las agitadas aguas en el escenario político del vecino del
norte.