domingo, 24 de septiembre de 2017

Costureras: Rebeldía salvadora

23 septiembre 2017 | Marcela Turati | Proceso
Ante la falta de estrategia en las acciones de rescate y luego de tres días de afanosa búsqueda de las costureras atrapadas en el edificio de Simón Bolívar 168, en la colonia Obrera, las brigadas ciudadanas se sublevaron: Tomaron picos y palas para continuar el rastreo de las empleadas y rebasaron a las tropas del Ejército que quisieron tomar el control. En esas jornadas, todo mundo se coordinó a sí mismo y todos actuaron como si fueran topos.
CIUDAD DE MÉXICO (Apro).- La escena debería de haber terminado con la imagen de los brigadistas ciudadanos hermanados con soldados, marinos, policías federales y capitalinos, y funcionarios de todas las siglas, cantando juntos el Himno Nacional y coreando ¡Viva México! —con toque de corneta como sonido de fondo para ambientar—, al declararse concluidos los rescates en la fábrica de ropa de la colonia Obrera pulverizada, con un saldo fatal de 22 muertos por el sismo y mínimo tres sobrevivientes.
Sin embargo, la desconfianza hacia todo lo que toca el gobierno se impuso: horas después ese sitio se convirtió en campo de batalla cuando voluntarias inconformes se abrieron paso y, con picos y palas, siguieron abriendo hoyos en busca de un sótano donde creían que otras costureras atrapadas habían sido abandonadas.

El piso picoteado de lo que fue un edificio céntrico de cuatro pisos en la calle Simón Bolívar 168 —donde convivían costureras mexicanas e indocumentadas, y empresarios coreanos y judíos— concentra la tensión que se vivió la semana pasada en las zonas siniestradas: El forcejeo entre civiles y militares por el control, la guerra de vencidas entre un gobierno desacreditado y desconfiado, y un nuevo ciudadano movilizado a través de redes sociales.

LA HISTORIA NO INICIÓ AHÍ

Empezó cuando a la señora Marcela Guadalupe Arredondo, esposa del conserje de ese edificio que albergaba tres empresas, se la tragó la tierra.

"No me di cuenta que se había caído el edificio porque cuando tembló cerré los ojos, después ya no me pude levantar, sólo vi una nube blanca de tierra, y una persona que me ayudaba a salir. Fui la primera”, recuerda desde el hospital ese momento en que el temblor la succionó estando ella en el techo del inmueble.

Por dos días, hasta el jueves 21, Marcela Guadalupe se presintió viuda. Los rescatistas que hurgaban en la montaña de cascajo y varillas no daban con su esposo Jaime Uribe, hasta que una prima regiomontana descubrió por el Facebook que él estaba vivo. Desde el inicio había sido rescatado, pero inconsciente y en calidad de desconocido; las autoridades, en vez de avisar a los Uribe, dejaron que la burocracia jugara con ellos un cruel ping-pong, obligándoles a seguir haciendo guardia cerca de los escombros, y a recorrer 20 hospitales y tres anfiteatros; en el último hasta les querían dar un muerto que no era Jaime.

SUBLEVACIÓN CIUDADANA

En ese primer momento eran ciudadanos solidarios quienes, improvisándose como rescatistas, estaban al frente del salvamento, con algunos bomberos y esporádico personal del gobierno capitalino. Con la mano y la voluntad como únicas herramientas, la gente comenzó levantar piedra por piedra, a buscar huecos entre los escombros y algunos hasta se estrenaron en la experiencia de convertirse en topos; sí, como los del 85.

Uno de estos rescatistas novatos fue el abogado Rodolfo Domínguez, quien, junto con un empleado de la Comisión Federal de Electricidad, un experto en seguridad al que bautizaron como Comandante Gokú, por su camiseta, y un productor de radio que había sido boy scout, comandados por unos tales Tiburón y Omega, comenzaban a abrir túneles para llegar al segundo piso donde, decían los sobrevivientes, habían quedado enterradas las costureras y sus patrones.

Apoyados por sensores geotérmicos, la información confirmada después por perros olfateadores, en ese piso encontraron vida. Incluso se comunicaron con una mujer.

Hasta que —según versión de Domínguez— los soldados llegaron a dar contraórdenes, subieron mucha gente al techo, comenzaron a agujerar indiscriminadamente, abandonaron la estrategia de los túneles y perdieron tiempo precioso, pues, cuando llegaron al punto donde antes hubo vida, ya sólo encontraron muerte.

El abogado de una organización feminista tiene grabada en la mente —y en el celular— una silueta color polvo de quien, imagina, era una mujer asiática.

Conforme pasan los días, al recordar su experiencia, siente un coraje que no sintió en el momento de la adrenalina.

"Al principio no había militares, pero había mucho voluntario descombrando y tres unidades distintas de rescates. Una era una empresa de construcción, ingenieros expertos, otro era un equipo de búsqueda enfocado en buscar a uno de los dueños, a un tal Asquenazi, que decían era un abuelo atrapado. Estaban uniformados, con sus chalecos, su ropa, sus logos, traían las letras en hebreo y la cruz de David”, dice sorprendido.

"En la mañana del miércoles 20 llegó un hijo o nieto de Asquenazi muy preocupado, diciendo que los rollos de tela del segundo piso eran su único patrimonio. Encargó a policías y militares para —les dijo— evitar los saqueos. Les pidió rescatarlos y habló con los de la escuela para que ahí los resguardaran.”

Cuando comenzaron los rescates, los voluntarios recibieron órdenes de separar cascajo de objetos y papeles, y estos los depositaron en dos salones (primero y segundo A) habilitados como bodega en la primaria Simón Bolívar, que compartía pared con la fábrica. El jueves 21 por la tarde, Proceso pudo ver a un hombre con una kipá —el ritual gorro religioso de la comunidad hebrea— y dos acompañantes que hurgaban entre objetos y papeles rescatados por los voluntarios, quienes los empaquetaban en bolsas negras y los fueron sacando. Un policía federal cuidaba la puerta.

En el cuarto se alcanzaban a ver papeles con cuentas bancarias (uno de ellos a nombre de Min Li Han), carpetas de embarques de productos importados, juguetes chinos baratos, drones alicaídos, cámaras de seguridad aplastadas, disfraces, muñecos de peluche, facturas de compras de Dashcam System, computadoras, tablarroca, muestrarios de tela y rollos enteros. Muchos vehículos de un estacionamiento contiguo que, al parecer, formaba parte del terreno, también quedaron dañados.

Durante el rescate se fue sabiendo que el empresario israelí, Jaime Askenazi, era el dueño de la bodega de ropa New Fashion que estaba en el cuarto piso. No se ha podido confirmar si es el mismo que fue candidato a presidente del Comité Central de la Comunidad Judía de México. En el de abajo se maquilaba ropa femenina, se le adjudica la propiedad a un José Lee. En el otro piso estaba una bodega de juguetes ABC Toys y la importadora Regalomex, operada supuestamente por personas coreanas. La planta baja era tienda de ropa —según vecinos— a precios accesibles.

Otro voluntario entrevistado, Antonio López Sámano, no concuerda con la visión de Domínguez. Dice que una mujer que dijo ser esposa de Asquenazi les hizo un croquis del sitio y ayudó a estimar el número de personas que podrían estar atrapadas (alrededor de 35); dijo que los rescatistas enviados por la familia proporcionaron ayuda a todos los grupos, además de maquinaria.

Lo cierto es que desde el primer día y hasta el final hubo rescatistas de Cadena A.C. —el Comité de Ayudas a Desastres y Emergencias Nacionales, organización de la comunidad judía— y, según López Sámano, en su búsqueda "del abuelo” ayudaron en el rescate de otras personas.

El relato de Domínguez culpa a los soldados: "Cuando con cámaras y perros ya habíamos detectado personas con vida llegaron los militares, ya era miércoles. Empezaron a hacer otro relajo y tomaron control de todo e impidieron los trabajos. Ya para entonces estábamos muy organizados por brigadas, a punto de llegar al segundo piso, pero todo se volvió un caos. Había mucha gente voluntaria arriba de la estructura que se debilitaba, había riesgo de colapso. Los militares empezaron a subir mucha gente, con los lazos a picar, a romper la estructura”.

Tanto López Sámano como Vargas no consideran que la intervención de los militares hubiera sido el problema, sino el exceso de gente, y la descoordinación.